Mi nombre es Lucas
Ahí estaba Lucas, sentado en su pupitre. Mirando al infinito, con ojos de adolescente de apenas 15 primaveras recién cumplidas.
Mientras tanto, en clase, sus compañeros no paraban de lanzarle todo tipo de objetos que acababan estrellándose en su cara o contra el encerado que colgaba a su espalda.
Su respiración era acompasada y serena. Las bolas de papel, los restos de tiza, un chorro de algún líquido que gota a gota aterrizaban en su cara, dibujaban un mapa de geografía desconocida en su camisa blanca. Todos vestían una camisa blanca, candidez alba interrumpida por la franja de una corbata roja.
Nada parecía inquietarle. Nadie parecía turbarle. Todo le daba igual. Había conseguido anestesiarse del rechazo, ya no sentía el dolor de la marginación. Su mirada seguía impávida en el infinito dibujando una sonrisa.
La escena pasaba como a cámara lenta delante de sus iris celestes. Su pelo rebelde se había rendido. Sus ojos habían dejado de llorar lágrimas de incomprensión. Sus manos abiertas sobre el pupitre, vacías, pálidas, insensibles, de hombre aún por hacer.
Las risas de aquellos bastardos, los insultos, se entrelazaban como humo, abrazándose en una macabra danza por el ambiente de la clase.
Recordó a sus padres, su pequeña hermana que a pesar de su corta edad se llevó alguna hostia intentando defenderle de las burlas de los barbaros. Las caricias de su abuela.
Dicen que antes de morir tu vida te pasa por delante como una sucesión de filminas superpuestas. Su película fue breve, aún no había sentido el calor de unos labios en su piel. Desconocía el amor de una adolescente marcado a cuchillo sobre el corcho.
Siempre obligado a callar. Siempre en silencio.
Pero hoy estaba decidido a hablar. Hoy todos iban a enmudecer. Hoy había llegado su momento.
Sonrió, mientras introducía el cañón de una Magnum que le robó a su padre, en la boca.
Silencio, sólo interrumpido por el impacto de un objeto papireo en su pecho.
Finalmente un estruendo que pintaba un gotelé de sangre y encéfalo en las caras de los demás. El sonido sordo del arma contra la madera del pupitre es lo último que recordarían de él.
Hoy, Lucas, habló definitivamente.
