lunes, 2 de noviembre de 2009

Una de Soldados---19/ Paul Hardcaslte



Una de Soldados

Cada vez que leo que mandan soldados en misión de paz, o misión humanitaria, no puedo por menos que esbozar una sonrisa, por no decir que el culo se me parte en dos.

Si hacemos un pequeño esfuerzo y buscamos el término soldado en el diccionario de la RAE encontramos varias acepciones como: 1- Persona que sirve en la milicia; 2- Persona que es esforzada o diestra en la milicia. Eso nos lleva, irremediablemente, a buscar el termino milicia: 1- Arte de hacer la guerra y de disciplinar a los soldados para ella 2- Tropa o gente de guerra 3- coro de ángeles. Pero cuidado, no nos llevemos a engaños: una milicia de ángeles es otra cosa.

Lo que no encontramos en ningún momento son palabras como: gente adiestrada para la paz, arte de conversar primero, voluntarios a solucionar conflictos por medio del arte de la convicción intelectual o el arte de tocar el arpa con ambas manos y pies, salvo que por soldados entendamos soldados de Cristo o milicias angelicales.

En conclusión, un soldado es justo lo que parece. Un tipo dispuesto y entrenado para matar y que lo maten si es preciso, tanto en guerras defensivas como ofensivas. Alguien que por amor a la patria, obligación o dinero, está dispuesto a rebanarle la yugular al que se le ponga enfrente o estime conveniente, sea cual sea el objetivo del operativo. Gente entrenada para darle matarile o descuartizar a sus semejantes. Preocupados en que palmen más en el bando contrario que en el suyo. Es el lado oscuro del oficio, matarife en definitiva. A cambio, ostenta otras virtudes como disciplina, capacidad de soportar torturas, resistencia al dolor, alto sentido del honor y capacidad para aguantar todo tipo de penalidades y miserias.

Hay gente a las que no les gusta el paisaje y desde un punto de vista idealista defienden la desaparición de los ejércitos y con ello de los soldados, a favor de un mundo ideal. Otros sin embargo, con una visión más realista, defienden la existencia de los ejércitos, asumiendo que son necesarios en un mundo imperfecto y cada vez más violento.

Lo que parece no pasarle inadvertido al lector avispado, capaz de leer entre líneas, es que las palabras soldado y humanitario forman una curiosa paradoja o anacronismo. Eso no corresponde a los soldados. Repartir botellines de agua, bolígrafos o tiritas es más propio de las oeneges de turno para socorrer a los parias de la tierra.

Por el contrario la misión de los soldados es joder en todo lo posible al enemigo, haciendo todo el daño que le sea posible. Matarlo mucho y bien, inspirarle temor y ganar la batalla disuadiéndole de volver a intentarlo de nuevo si aún le quedan ganas. Los soldados no fueron creados para otra paz que la impuesta por el jarabe de plomo que emana de sus fusiles, ni para hacer amigos ni inspirar afecto. Incluso en una misión de paz se trata de pacificar a hostias si hace falta. Se espera de ellos eficacia letal, si es posible, dentro de este business de la sangre, hacerlo con decencia y piedad, cuando se pueda. Es por ello que las palabras soldados y misión humanitaria no sólo pueden llegar a ser confusas sino mortales.

Resulta de este modo difícil conciliar de forma coherente la existencia de un ejercito profesional dentro de una sociedad con tendencia pacifista, por más que nuestros gobernantes, tanto del pesoe o del pepé se empeñen en dibujarnos unos milicianos desarmados que hacen la guerra en son de paz, respetándolos más cuando se dejan matar que cuando se matan. Esta gilipollez se desmorona cuando nos enfrentamos a la realidad en forma de minas antipersona, emboscadas y vemos a madres, esposas e hijos en el telediario con la cara empapada en lagrimas gritando que nadie les habló de guerra, ni de que su niño fuera a una zona de conflicto a que le volaran los huevos, sino a repartir tiritas o bolsas de pan bimbo.

Es entonces cuando los políticos de turno ponen cara de póker en este circo bélico humanitario de la señorita Poppins, nos muestran sus paños menores y nos hablan de la deuda que España tiene con los difuntos y difuntas. Haciendo que éstos además queden como pringaos negándoles incluso la palabra guerra, políticamente incorrecta, que es la única que explica la muerte de un soldado en acto de combate.

Cuando en un ejército profesional o voluntario alguien se siente engañado si sus hijos mueren, alguien no se ha explicado con claridad. Podemos tener soldados o no tenerlos, lo que está claro es que si los tenemos es para que llegado el momento palmen sin rechistar. No para que un político o gobernante de turno nos explique que ha muerto un enanito en el bosque de Blancanieves.